La adicción al teléfono móvil es la enfermedad del siglo XXI. En España, se ha detectado que el 77% de la población de 18 a 24 años y un 68% de la de 25 a 34 padece “nomofobia”. Los adolescentes, sobre todo de los 12 a los 17 años, son los más expuestos a sufrir este trastorno.

La generalización del uso de los móviles entre los niños y adolescentes está creando controversia entre los distintos protagonistas (niños, padres, profesores). Todos sabemos las ventajas que supone tener un  teléfono de última generación. Existen razones legítimas que defienden su uso, bien aprovechados pueden ser una herramienta muy productiva: los padres pueden comunicarse con sus hijos en cualquier momento,  permiten obtener ayuda en situación de emergencia, escuchar música, acceder a contenido en red, programas, documentos y  da la posibilidad de conectar con otras personas.

Sin embargo el uso intensivo de los servicios de acceso a redes sociales, a mensajería instantánea y a juegos está creando entre los  usuarios un nuevo  trastorno,  sin que los que lo sufren sean conscientes de ello.  La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que una de cada cuatro personas sufre trastornos de la conducta relacionados con las nuevas adicciones, las cuales suelen iniciarse con una conducta ocasional que aumenta de frecuencia hasta convertirse en patológica.

La “nomofobia” se conoce como una enfermedad 2.0 y  consiste en el miedo irracional a no llevar el teléfono móvil encima. Los síntomas principales son: malestar general, hipervigilancia, ansiedad, agresividad, inestabilidad y dificultad para concentrarse  debido a que le queda poca batería, la cobertura es pésima o porque se olvidó el teléfono.

Según el último informe (septiembre 2013) elaborado por The App Date la dependencia del móvil en España está en una clara tendencia al alza, identificando que un 53% de los españoles sufre alguna forma de ansiedad asociada al móvil.

Estudios realizados por CEETA, Centro de Estudio Especializado en Trastornos de Ansiedad revelan que las mujeres y adolescentes son más propensos a padecerla y las edades más comunes se encuentran entre los 17 y 24 años.

Observamos en muchos de los alumnos  que acuden a formarse en nuestras instalaciones situaciones comunes que nos permiten identificar comportamientos irregulares.

• Dejar el teléfono encima de la mesa, en el regazo, en la silla entre las piernas… pone claramente de manifiesto que la compañía es menos importante que la conversación.
• Interrumpir cualquier situación (realización de ejercicios, atención a una explicación, lectura…) para impulsivamente mirar quien envía un mensaje y la mayor parte de las veces contestarlo.
• Estar nervioso porque te has dejado el móvil en casa, por estar sin batería o no tener cobertura.
• Salir de clase con la excusa de ir al baño, llevarse como compañía el móvil para contestar sus mensajes.
• Visitas clandestinas a redes sociales
• Utilizar instalaciones públicas para cargar el móvil y así estar siempre disponible.

No hay nada censurable en querer estar en contacto con los amigos, los familiares, pero cuando no lo apagamos en ningún momento y  estamos siempre pendientes de él, es el momento en que  nos debemos cuestionar nuestra conducta y antepongamos el sentido común ante los hábitos. Si te sientes identificado con los comportamientos anteriores, reflexiona y comprende que un mal uso de las tecnologías te puede complicar la vida.

Como padres y formadores tenemos que recordar que los adultos significativos en la vida de los jóvenes ejercemos influencias (positivas y negativas) a través de nuestro comportamiento.